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ENTRE LA EXCLUSIÓN Y LAS EXPERIENCIAS QUE ABREN CAMINO
En la fotografía: Estudiantes de Colegio Surcos
Quito, octubre de 2025. – La inclusión en las aulas ecuatorianas sigue siendo un reto pendiente. Aunque la normativa garantiza el derecho a la educación para todos, las cifras muestran una realidad preocupante: según datos del INEC, apenas el 54,6% de los jóvenes con discapacidad (de 5 a 29 años) asiste a clases, y estimaciones derivadas de los mismos registros señalan que solo 14 de cada 100 logra culminar el bachillerato. (Fuente: INEC / CPV 2022).
En el Distrito Metropolitano de Quito, la situación refleja el mismo desafío. Un informe municipal sobre la Caracterización de Personas con Discapacidad señala que existen más de 8.300 niños y adolescentes con discapacidad intelectual en edad escolar. Sin embargo, muchas familias reportan rechazos en instituciones privadas, ausencia de profesionales especializados, altos costos de servicios complementarios y falta de infraestructura adaptada (Fuente: Informe Municipal, DMQ).
La realidad en los colegios del país
Historias recientes recogidas en medios de comunicación reflejan cómo madres y padres siguen enfrentando discriminación al intentar inscribir a sus hijos en colegios privados. Las denuncias incluyen negativas explícitas, ausencia de programas adaptativos y la percepción de que la inclusión permanece más en el discurso que en la práctica.
“La norma existe, pero la aplicación es mínima. Lo que debería ser una experiencia formativa y enriquecedora se convierte en un recorrido desgastante para las familias”, señala Marco Pérez, rector de la Unidad Educativa Bilingüe Surcos.
Experiencias que muestran el camino
A pesar de estas barreras, algunos colegios en Quito han comenzado a aplicar programas de mediación escolar contra el bullying, adaptaciones curriculares y metodologías de aprendizaje colaborativo, lo que permite que todos los estudiantes participen y desarrollen sus capacidades.
En el caso de Surcos, destacan historias como la de Juanjo, estudiante con el síndrome de Tetrasomía 18p —único registrado en el país—, que implica una discapacidad motora. Con el apoyo de un equipo multidisciplinario, logró culminar exitosamente su año lectivo, alcanzando avances tanto en el ámbito académico como en el social. Otro ejemplo es Paula, quien con diagnóstico de dislexia pudo terminar la primaria gracias a adaptaciones específicas en lectura y escritura, acompañamiento psicopedagógico y el apoyo de sus compañeros. La institución también ha identificado y acompañado a estudiantes con altas capacidades, aplicando procesos de aceleramiento educativo.
A estas experiencias se suma la implementación de metodologías como el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), la pedagogía cooperativa y el programa KiVa, orientado a prevenir la discriminación y fortalecer la empatía. Estas prácticas fomentan que los estudiantes trabajen juntos, aprendan a resolver conflictos y reconozcan la diversidad como un valor. Su aplicación no recae únicamente en los docentes, sino en un esfuerzo conjunto entre educadores, directivos y familias, que participan activamente en la construcción de una comunidad escolar inclusiva.
“La inclusión no es un favor, es la oportunidad de educar en la vida real, diversa y profundamente humana”, sostiene Pérez.
¿Qué deben considerar los padres al elegir colegio?
De acuerdo con especialistas en educación inclusiva, las familias pueden identificar instituciones verdaderamente comprometidas observando aspectos como:
- Infraestructura accesible: rampas, señalética y espacios adaptados.
- Personal especializado: psicopedagogos y docentes capacitados en diversidad.
- Metodologías activas: aprendizaje basado en proyectos, trabajo cooperativo y prevención de la discriminación.
- Participación de las familias: talleres de sensibilización, escuelas para padres y comunicación permanente.
- Resultados visibles: testimonios y evidencias de estudiantes que han logrado avanzar.
“Más que promesas, los padres deben buscar evidencias: proyectos en marcha, casos de éxito y una cultura escolar donde la diversidad se viva día a día”, agrega Pérez.
La inclusión educativa en Ecuador continúa siendo un desafío estructural. Sin embargo, los ejemplos de buenas prácticas demuestran que sí es posible transformar las aulas. El reto ahora es que cada vez más colegios asuman la diversidad no como un obstáculo, sino como una oportunidad de crecimiento colectivo para estudiantes, familias y comunidades educativas.


 
	

 
									