Todas las voces, todas
Vinieron a despedirlo. Antes de que el reloj marcara las siete de la noche, el parque Eloy Alfaro congregaba a comerciantes, agricultores, madres de familia, niños, niñas, profesores, emprendedores, comerciantes, estudiantes, obreros, artistas, dirigentes barriales, lideresas, habitantes todos de una ciudad que vive una transformación histórica.
Se llama Ángel Arteaga y su voz bien podría ser la voz de todos. Vive en El Guabito. Llegó acompañado de una amiga, Mercedes Rodríguez, de El Florón. Dos sectores tradicionalmente olvidados, alejados de casco central de una ciudad que camina a ser la mejor del país para vivir.
Ahí, en esos rincones de Portoviejo, se han estrenado calles, parques y ahora tienen agua. Mercedes trabaja limpiando casas. Ángel en la construcción. Ellos han visto a Portoviejo crecer y llegaron para decir hasta pronto, sin compromisos, sin proselitismo, flameando una bandera inclasificable, la bandera de un pueblo honesto que no quiere retroceder.
Se quedaron por amor.
La noche del sábado 10 de septiembre la luna llena iluminó a una ciudad que se dio cita para despedir a su alcalde. ¡Casanova, aquí están sus comerciantes! Gritan desde el monumento Eloy Alfaro. Ahí están Blas Santos y María Llumiluisa. Ellos también vinieron a despedirlo.
Nacieron en Latacunga. Blas vino a Portoviejo cuando tenía 12 años, ahora tiene 67. Trabajó vendiendo zapatos en uno de los primeros mercados del valle. Se quedó. Se quedó por amor y se convenció de que una vida aquí sería posible.
La historia de esta pareja de esposos, que llevan 55 años de casados, es ejemplo de que resiliencia y unión. Ellos perdieron a dos hijas, un yerno y tres nietos en el terremoto del 16 de abril de 2016. Blas y María conocen a Agustín Casanova, quien los reubicó en la calle Alhajuela para que pudieran seguir trabajando hasta que el Centro Comercial 1 esté listo.
Blas y María son las voces de más de mil comerciantes que esperan que en plan continúe, que los reubiquen juntos, que la esperanza no se apague, que permanezcan unidos, como un conjunto de nudos difícil de desatar, que simbolizan la perseverancia y el trabajo en equipo: el hilo rojo del destino.
Solo un hasta pronto.
Llega el alcalde. El pueblo lo recibe con aplausos, abrazos, globos, palabras de agradecimiento y también con lágrimas. Dicen que decir adiós supone un trago difícil tanto para quien se va, como para quien se queda. Los portovejenses están conscientes de que la historia ha cambiado y no quieren nada menos de lo que ahora tienen.
María Cedeño no pudo controlar sus emociones. Sus lágrimas son de puro agradecimiento. Ella conoció a Casanova cuando estaba pasando por una situación difícil. Él le dio trabajo. Confió en ella.
El cambio también llegó a Colón, donde ella vive. Desde que lo conoció, allá por el 2005, supo que Casanova era un mentor, un líder. Lo supo desde el primer momento.
Esta despedida, organizada por los representantes de asociaciones, barrios, grupos sociales y la comunidad en general, estuvo vestida de nostalgia y muestras de afectos para el hombre que les devolvió la dignidad a sus habitantes de forma inclusiva, igualando oportunidades, dinamizando la economía de un cantón golpeado, pero con un corazón palpitante y deseoso de superación.
La noche terminó como terminan todas las cosas. Es la ley de la vida, el inicio y el fin. Cerca del monumento de Eloy Alfaro flamea la bandera de Manabí. Los portovejenses y manabitas la tienen clara: no es un adiós, es solo un hasta pronto.