Por Joselo Bolaños.
La política en Ecuador sorprende cada día, en un escenario que mantiene a la ciudadanía preocupada por los permanentes conflictos e intereses entre los poderes del Estado, la corrupción, el narcotráfico y una escalada de violencia sin precedentes en la historia del país, que aumenta el pesimismo y la frustración social.
La Asamblea Nacional está en el ojo de la tormenta mediática y la opinión pública, porque los temas que debe evacuar, implican un diálogo y una negociación permanentes entre las bancadas políticas, en la búsqueda de las decisiones más acertadas para el desarrollo económico, la estabilidad social, la seguridad y la fiscalización a funcionarios públicos.
Desde el Ejecutivo, las señales de acercamiento y negociación con los sectores sociales, indígenas y sindicales parecen haber disminuido las tensiones y los resultados de este esfuerzo se reflejarán en poco menos de dos meses, cuando concluyan las mesas de negociación.
La realidad cotidiana, fuera de los pasillos y salones de reuniones de los grupos de poder, es demoledora. Las calles acogen a un inmenso ejército de desempleados y subempleados que sobreviven o malviven con menos de dos dólares al día, pero son votos valiosos para la maquinaria electoral, así como también, a fuerza de necesidad, ser carne de cañón de las bandas delincuenciales.
Por ahora, existe un escenario complejo entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, como una entretejida red sostenida por sus respectivas capacidades de negociación y búsqueda de acuerdos que permitan coordinar los temas importantes y mejorar las condiciones de vida de los sectores más pobres del país. Un diálogo político en donde prevalezcan la apertura, la sensatez, la coherencia y un profundo respeto por los ciudadanos que esperan las mejores decisiones de sus gobernantes.