Guido Moncayo Vives Phd
Vivimos tiempos difíciles, que muchos expertos llaman VICA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos). Actualmente lo único constante es el cambio, las personas desean algo de estabilidad y certidumbre, la posibilidad de tener un empleo adecuado, salud, educación y seguridad, las personas no piden mucho más que esto. Sin embargo, desde que entramos en el siglo XXI, la aparición de lo que en las ciencias sociales se llama como problemas enmarañados o retorcidos ha sido algo con lo que las instituciones estatales han tenido que luchar. La clásica fórmula de eficiencia + eficacia = efectividad nos recuerda que la primera se refiere al uso adecuado de los recursos disponibles, la segunda al logro de los objetivos propuestos, y la tercera es la suma de los dos, una combinación del uso adecuado de recursos y del cumplimiento de los tiempos y características establecidas.
Uno de los padres de la administración pública, Woodrow Wilson, en su artículo seminal “El estudio de la Administración Pública” que data de 1887 y para muchos fue el primer escrito de la ciencia de administración pública, llamaba a la reflexión de que “el objeto del estudio administrativo es descubrir, primero, qué puede hacer adecuada y exitosamente el gobierno y, en segundo lugar, cómo puede hacerlo con la máxima eficiencia y al mínimo costo posible, ya sea de dinero o de esfuerzo”. Entonces, ante la realidad incierta, cambiante y de recursos cada vez más escasos, el rol del Estado es fundamental al momento de buscar el ejercicio de derechos fundamentales por parte de la población.
No se trata de un Estado más o menos opulento, más grande o más pequeño, que tienda hacia la izquierda o la derecha ideológica; lo que necesitamos del Estado es que sea eficiente, es decir, que haga “más con menos”, y esto lo logramos a través de dos vías: 1) La adecuada priorización de los cada vez más escasos recursos estatales, considerando sobre todo la atención a las necesidades de los grupos históricamente excluidos; pero por otro lado, 2) a través de la optimización de recursos, echando mano de la tecnología y la digitalización, que de forma indirecta ayuda a ahorrar tiempo de traslado a la entidades, costos de operación, disminuir la discrecionalidad de las decisiones y por ende reducir los niveles de corrupción, entre otros beneficios que recaen directamente en las personas, el fin último de la existencia del Estado.
Cierro con el llamado que Wilson hace a los gobiernos y a las administraciones públicas, cuyo deber es dar la mejor vida posible a una organización federal, a un sistema dentro de sistemas; hacer que los gobiernos del pueblo, la ciudad, la provincia y el país vivan con una fuerza parecida y una salud igualmente asegurada, haciendo que cada uno sea sin duda su propio señor y, sin embargo, haciéndolos a todos interdependientes y cooperativos, combinando independencia con ayuda mutua. El burócrata siempre está ocupado, su eficiencia deriva del espíritu de cuerpo y de su deseo de congraciarse con las autoridades de turno o, en el mejor de los casos, del cultivo de una conciencia sensible.