Dra. Alejandra Oliveros Rojas
ESPECIAL PARA @ELVANGUARDISTAONLINE
En las actuales circunstancias, es necesario una sensibilidad social para entender las complejidades propias de la pandemia en América Latina; sobre todo a la luz de los valores que se presentan como sociedad. Ciertamente, en la región, la acción del estado en materia sanitaria está sujeta a un marco regulatorio, a un ejercicio claro que se fundamenta en la justicia distributiva: dar a cada quien según el mérito; en este caso el mérito es ser ciudadano.
América Latina, como el resto del mundo, vive tiempos de pandemia y muestra una crisis sanitaria de grandes magnitudes; un debilitamiento de la sanidad pública, que se hizo evidente mucho antes de la pandemia. Siguiendo las proporciones en Wuhan, reiteradas en buena parte del mundo: el 20% de los que pacientes COVID 19 enferman de manera grave, el 5% terminan en una unidad de cuidados intensivos y la mitad de éstos fallecen. Estas cifras pronosticaron la tragedia que presentaron muchos países latinoamericanos en materia de disponibilidad de acceso a terapias ventilatorias; sin embargo, cuando se trata de salvar vidas, no hay modo de reducir estas consideraciones a un debate de carácter económico-financiero.
En cifras de la OMS, para el primer trimestre del 2021, América Latina y el Caribe presentaron un total de 28.146.902 casos COVID-19 y aproximadamente 600.000 decesos. En el escenario latinoamericano, fue común observar, las repetidas imágenes de pacientes contagiados por Coronavirus en una titánica búsqueda de asistencia médica en los hospitales públicos latinos. Realidad que invita una reflexión, tanto a la sociedad, como aquellos que diseñan las políticas sanitarias públicas en la región; cuyos sistemas de salud están ante la presencia del quiebre y del abandono de un precepto básico en la medicina, aquella que estima su ejercicio como un acto de piedad; el cual impone no abandonar nunca al débil; aquel que padece una condición que no escogió. Evocando lo referido por Isaiah Berlin quien en su apelación de “sociedad decente” refiere a aquella que no puede permitirse dejar a su suerte a ninguno de sus miembros, sobre todo a merced de la enfermedad.
Sin embargo, ante la revisión del dato estadístico en materia de inversión gubernamental en Salud y otros indicadores sanitarios; se encuentra una situación aún más compleja y difícil de explicar. Los países que muestran un mayor gasto total en Salud per cápita y un mayor número de camas por cada 10.000 habitantes; también mostraron los estragos de la pandemia. Según cifras de la OMS, el primer lugar de afectados lo presenta Brasil con más de 14.000.000 de casos confirmados, seguido de Argentina con 2.900.000 casos y el tercer lugar lo tiene Méjico con 2.328.391 casos.
La OMS refiere que para el 2019, los 3 países latinoamericanos que más invirtieron en Salud corresponden a Cuba en primer lugar (2.484 $), seguido de Chile (2.182 $) y Argentina (1.907 $). Mientras que el mayor número de camas por cada 10.000 habitantes en Latinoamérica lo tiene Cuba con 52 camasx10.000hab; en segundo lugar está Argentina con 46 camasx10.000hab y el tercer lugar lo ocupa Brasil con 22 camasx10.000hab. Esta supuesta robustez en sus indicadores sanitarios no fue suficiente para hacer frente a la pandemia.
En este sentido, esto pone de manifiesto que, en tiempos de pandemia, la respuesta a la crisis no sólo abarca el dato duro de los indicadores sanitarios; sino que se está en presencia de fenómenos complejos a los cuales hay que buscar otros elementos que le den comprensión a la realidad observada.
Como sociedad civil, el sentido común y la solidaridad son valores que cobran fuerza en estos momentos. Si un diabético o un paciente oncológico deciden no tomar el tratamiento, las consecuencias serán personales; sin embargo, si un paciente portador de Coronavirus y en ejercicio pleno de su libertad individual decide salir a la calle, pone en riesgo a toda una comunidad. Es importante replantear el papel de las autoridades comunitarias en materia de educación y formación ciudadana.
Se está en presencia de una realidad que le ha mostrado al mundo la vulnerabilidad de la certeza. Ante este escenario novedoso y hasta errático en su comportamiento, a la sociedad sólo le queda la construcción de una ciudadanía basada en la solidaridad. Una solidaridad que responda al encuentro con el otro; ya que al hacer referencia de la existencia de los otros lleva a acercarse y aceptar al hombre como parte de la humanidad. En tiempos de pandemia, cuidar de mí, implica cuidar al otro. En este sentido, emerge un constructo social, que responde a la ética, a las costumbres y a la consciencia de la sociedad.