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Si el progreso del Ecuador fuese directamente proporcional al número de curules en la Asamblea Nacional, estaríamos cercanos a ser Finlandia, Suiza o Nueva Zelanda, pero no amable lector, en nuestro entrañable país, por obra y gracia de su normativa legal, aumenta gente a diestra y siniestra, incrementa gastos, sube presupuestos para cubrir sueldos a asambleístas, asesores, secretarias, auxiliares, conductores, guardaespaldas, sin contar con insumos y equipos para sus actividades, muchas veces personales.
Así, ¿cómo salimos del marasmo en el que nos encontramos?
Está comprobado que la educación formal, la capacitación técnica y/o la instrucción superior es el camino para salir de las fauces del populismo, pero fundamentalmente son los valores como la honestidad, el respeto y la tolerancia, los que nos harán llegar al ansiado puerto de las soluciones tangibles y efectivas en beneficio de la población.
¿Qué necesitamos de los asambleístas? Sin duda, trabajo sensato, honorable, asociado a su capacidad de análisis e investigación, solvencia intelectual para elaborar leyes de calidad que, irradien y propugnen diálogos y consensos, con miras al desarrollo integral de la nación. Se espera un superior nivel profesional, cierta capacidad oratoria y lo que es más importante, criterio y coherencia.
Desde el retorno a la democracia en 1979, se elabora, casi siempre, un discurso cansino y repetitivo, todos quieren luchar contra la corrupción y rescatar la dignidad del poder legislativo, ningún político lo ha conseguido y así hemos llegado en la actualidad a tocar fondo, con una asamblea deficiente, hoy mismo la presidencia de la legislatura transita en medio de cuestionamientos morales reñidos con la naturaleza del cargo.
Muchos asambleístas, hombres y mujeres, no tienen las credenciales profesionales y ninguna historia de vida que pueda ser ejemplo y garantía para nuestra endeble democracia, quizá lo único que podrían aportar es alegría, diversión y buen humor, algunos, y otros nada más que gritos destemplados de muy mal gusto.
En esa misma línea está otro buen número de “padres de la Patria”, de paupérrima cultura y formación, que no pasan de ser rústicos instrumentos de los dueños y caciques de sus partidos políticos, que no saben leer un discurso cuando pasa de cuatro líneas, con un pésimo manejo del lenguaje que podrían ser considerados sicarios del idioma.
Hay tanto por hacer y lamentablemente tan pocos que lo hagan y por otro lado, tristemente, los ecuatorianos estamos atados, por voluntad soberana propia, a quienes llegan bajo la sombra del populismo iletrado y avivato que se dedican exclusivamente a la componenda y al conflicto, al más puro estilo del albañal de donde salen.
Insistimos en el montaje de un monumento a la inteligencia en las afueras del recinto legislativo, así quedará claro, de una vez por todas, que esa peculiar característica humana está definitivamente lejos, lejísimos de una representativa mayoría de los 137 que ahora serán 151.