Autor: Guido Andrés Moncayo Vives
Uno de los golpes más brutales que la pandemia ha dado a nuestras frágiles sociedades latinoamericanas ha sido en el ámbito económico. La pobreza se ha recrudecido de manera galopante, llegando en muchos países a cerca del 50% de la población, lo que significa que una de cada dos personas vive sin poder cubrir de manera adecuada sus necesidades básicas insatisfechas (NBI) como alimentación, vivienda digna, salud, etc. Si bien este se trata de un problema estructural en nuestros países, el COVID-19 lo que hizo fue desnudarlo de manera evidente y con niveles no vistos en la historia reciente.
Por otro lado, hace poco, en el país se celebró una boda sacada de un cuento de hadas. Se trataba del matrimonio del hijo del vicepresidente de la República con una modelo reconocida a nivel mundial. El escenario, el centro histórico de Quito (Ecuador), en una de las iglesias barrocas más hermosas del planeta, con un altar recubierto de oro y adornada con centenares de hermosas rosas blancas. La postal estaba lista, pero para que la escena sea impecable, se tenía que cumplir algo más: esconder a los mendigos y personas sin hogar de los lugares aledaños al evento, y así se hizo. No estamos criticando el derecho a contraer nupcias, estamos conmovidos por la forma de atacar la pobreza, escondiéndola y no mitigándola, al menos.
Es que la realidad “ideal” rechaza al entre comillas “fracasado”, al “perdedor”, al pobre, al que no le ha ido bien en la vida. La filósofa Adela Cortina, haciendo alusión a la gran remesa de extranjeros que muchos países están recibiendo todos los días, dice que “no es el extranjero sino el pobre el que molesta, el que parece que no puede aportar nada positivo al país”. Esto es lo que se conoce como aporofobia, o, en otras palabras, el miedo, rechazo o aversión al pobre, al desamparado; temor a la pobreza y a aquellas personas que la representa y que, aparentemente en la inmediatez no darán nada a cambio a la sociedad y sólo se constituyen en una carga, en esos polizones de este gran barco que es la colectividad, concepto que además en nuestro contexto actual está muy vinculado a las acciones xenofóbicas o de rechazo a personas de otras nacionalidades.
Redes sociales de moda como TikTok se permiten restringir la publicación de ciertos videos cuando en los fondos se encuentren paredes deterioradas, mal pintadas, o condiciones que demuestren pobreza. Las responsabilidades para que esto cambie, son diversas. Por un lado, los Estados y los gobiernos deben respetar, garantizar, promover y difundir los derechos humanos fundamentales a todas las personas, con el propósito de que cada persona pueda delinear y concretar un proyecto de vida basado en la dignidad, la libertad y la igualdad. Deben buscar la consolidación en nuestros países de una clase media estructural que ayude a garantizar el bienestar colectivo. Pero también como ciudadanos tenemos la obligación de, por un lado, colocar granos de arena para cambiar la realidad de aquellos que no tienen nada, y también poder impulsar el bienestar de nuestra sociedad a pulso, con nuestro esfuerzo diario, con cada acto, con cada cortesía, con cada voluntad. Recuerda, “dad y se os dará”, que nuestra vida derrame cada día bienestar a los demás.