César Montaño Galarza
Cuando los países y las sociedades atraviesan épocas de crisis sistémicas como acontece actualmente, surgen distintas apreciaciones de la situación, para señalar con frecuencia que no existe institucionalidad o, que está en serio peligro, por lo que surge la necesidad de fortalecerla con premura. Sabemos que muchas cosas no funcionan en el país, como resultado de malas decisiones, quemeimportismo de las autoridades, falta de leyes adecuadas y de financiamiento; lo vemos así en los ámbitos de la seguridad, la justicia, lo electoral, lo que pone en peligro el progreso de la nación con paz y en democracia. Un país sin institucionalidad es un país decadente, que respira con desesperanza, y sin porvenir. Pero, ¿Qué mismo es la institucionalidad y qué hacer para fortalecerla?
En el siglo XX el destacado consejero político y económico Jean Monnet expresó: “los hombres pasan, pero las instituciones quedan”, “nada se puede hacer sin las personas, pero nada subsiste sin instituciones”. Esto resume la esencia y la trascendencia de la institucionalidad para las sociedades, sea que se trate de instituciones públicas o privadas. Los ingredientes de la institucionalidad como cualidad de la organización pública, incluyen: personas preparadas y transparentes enfocadas en objetivos comunes, visión política adecuada, normas jurídicas idóneas, financiamiento suficiente, independencia y autonomía. Si las personas se enfocan en los objetivos sin extraviar el rumbo, a pesar de las crisis y el entorno cambiante, si cumplen su rol con responsabilidad, se adaptan a las nuevas directrices y medidas necesarias, las sociedades avanzan.
Un enorme problema radica en que los pilares de la institucionalidad están debilitados, puesto que escasean los funcionarios comprometidos con los ciudadanos, la democracia y el Estado de Derecho; la visión política de innumerables autoridades va a la deriva, las leyes son solo una maraña de normas mal hechas que pocos respetan, y como sabemos, los recursos económicos escasean. A esto se suman otros ingredientes para empeorar el resultado, como la estructura estatal concentradora de poder que dejó el proceso constituyente de 2008, y una pésima clase política populista carente de auténtico compromiso social. Los ciudadanos miramos con estupor la violencia y la corrupción corroyendo ámbitos vitales de la sociedad, confinándonos a un aungustiante padecimiento de sozobra colectiva, sin horizonte claro. Autoridades llamadas a dar ejemplo, ciegas de ambición han perdido pista, destruyendo la institucionalidad.
La institucionalidad es una cualidad de la organización pública que coadyuva a la gobernabilidad y a la vigencia de la democracia; un conjunto de reglas de juego que genera predictibilidad y confianza para las interacciones entre democracia, mercado y sociedad. No es casual que países desarrollados que brindan calidad de vida a sus ciudadanos cuenten con una sólida institucionalidad. Ojalá que lleguen vientos de cambio y renovación, al más alto nivel de decisión política, con visión estratégica de largo plazo inspirada en valores y principios universales, para recuperar la institucionalidad y rescatar al Ecuador de la decadencia que nos agobia.
Leave a comment