Por Joselo Bolaños
Los pasillos de la Asamblea Nacional son fríos al igual que las oficinas, pero los ánimos de los asambleístas siempre están caldeados por las frecuentes discusiones, conflictos o temas que deben resolver.
Quizás muchísimas personas no conocen el Palacio Legislativo, a otras no les interesa e insistirán que es un lugar en donde se fraguan intereses mezquinos, intrigas, venganzas y las peores decisiones políticas que impiden sacarnos de la crisis social y económica que golpea a millones de ciudadanos. La mayoría reconoce el edificio en las pantallas de los televisores cuando se posesionan los Presidentes. Desde hace algunos años escribimos en redes sociales, se dialoga en los hogares y en todo espacio público o privado: la Asamblea Nacional es un poder que se olvidó del pueblo.
Así como los ciudadanos son benévolos con sus votos, también pueden ser crueles cuando los legisladores fallan o se entretienen en el juego de quién da más o cómo les hacemos la casita a los opositores o debemos blindarnos para que todo nos resbale.
A su tiempo, cada discurso rebosa de palabras como acuerdos, alianzas, gestión responsable, transparencia, desafío histórico, dios, pueblo, democracia y, todo el lenguaje que justifique su presencia en el Palacio Legislativo y el sueldo de más de 5 mil dólares mensuales que ganan cada uno al mes.Poco más de 240 dólares diarios. Es decir, con dos días de asistencia, ganan más que un empleado de la empresa privada o el mismo jardinero de la Asamblea en un mes.
La mayoría de ellos y ellas parecen vivir en una burbuja o en una dimensión desconocida para el común de los mortales, sin restar méritos, esfuerzos y compromiso que los mantiene en sus curules.
Esta mañana los y las asambleístas están de buen humor. Sonríen, hacen bromas, los halagos por el buen vestir no faltan. El consenso para apoyar, negar o ignorar una propuesta con un click en sus pantallas es pan de cada día.
La asambleísta Yeseña Guamaní, electa como segunda vicepresidenta de la Asamblea, en un discurso conciliador pidió que las movilizaciones de protesta sean pacíficas. Además hizo un llamado para generar un pacto nacional de esfuerzos y voluntades de los poderes del Estado, gobiernos autónomos y la sociedad civil para enfrentar las amenazas contra la seguridad ciudadana.
Pese a que ninguna organización política cuenta con los votos necesarios para impulsar su propia agenda, los asambleístas insisten en mantener una guerra improductiva, insensata e irresponsable con los ciudadanos que les permitieron y permiten mantenerse vigentes.
Los juegos de poder continúan en el laberinto, mientras el pesimismo, la delincuencia incontrolable y el desempleo golpea a millones de familias, que cada día pierden la esperanza de vivir en un país que se desmorona.
El primer poder del Estado sigue en el ojo del huracán político y debe constituirse en un espacio que impida gobernar desde el chantaje, la impunidad y el caos.
Aún quedan pendientes varios temas importantes para mejorar la imagen y credibilidad de la Asamblea y, los asambleístas responsables saben que el espectáculo o el show nos hunden cada día más.