Fausto Jaramillo Y.
Siento cierto desasosiego al escribir sobre periodismo, la profesión a la que entregué casi toda mi vida adulta y la que me permitió llevar el pan a mi familia sin luces brillantes ni canonjías, simplemente la paz de mi consciencia por haber intentado buscar la verdad al servicio de mi gente.
Amo a mi profesión y por eso me duele tanto aquellos ataques, unos fundamentados y otros carentes de ellos, que en los últimos años han proliferado contra la tarea de contar los hechos, de la manera más simple y, siempre, siempre, basados en la humilde búsqueda de la verdad.
Siempre sostuve que el periodismo se defiende solo, que no necesita de argumentos ni alegatos a su favor, el valor de su trabajo debe reflejarse en la cotidianidad visible, en la tinta y el papel, en las ondas hercianas de la radio y en las de la televisión, y actualmente en las nuevas tecnologías virtuales del internet y las redes sociales.
Cierto es, no se puede negar, los medios y los periodistas que trabajamos en ellos, cometemos errores, pero quisiera creer que todos ellos obedecen a la incapacidad humana de diferenciar en pocos minutos, lo verdadero, lo real, de lo ficticio. Me dirán que también hay errores de odio, de venganza y hasta de mala leche y lo acepto. Todo ello forma parte de la naturaleza humana y está contagiado de los buenos y malos humores humanos.
Pero, de allí, a clasificar a la prensa en buena y en corrupta, en ciega y en linchadora hay una gran distancia. La prensa y los periodistas no somos jueces, no somos fiscales y, por lo tanto, no juzgamos a las personas. Nuestra tarea es la de mostrar los hechos y si para ello debemos investigar y desenmarañar las redes que ciertos actores sociales fabrican para ocultar el árbol o el bosque, pues, hay que hacerlo. No hay satisfacción mayor para un periodista que desentrañar la verdad escondida, sacarla a la luz y ofrecerla a su sociedad.
Esa búsqueda de la verdad no está ligada a la vanidad, es la resultante de un interés en el servicio a su sociedad, de trasparentar todos los detalles que tiene que saber el ciudadano de un país, de un pueblo. No hay verdades absolutas, eso lo sabemos, pero hay que acercarse lo más posible a ella.
En muchas ocasiones no es posible lograr el objetivo, la verdad está tan oculta que por más esfuerzos que se ponga en descubrirla, ella permanece en la oscuridad. En otras, esa verdad poco o nada tiene que ver con las hipótesis de trabajo, son verdades intrascendentes para la colectividad que frustran el haber entregado tanto tiempo en perseguirlas. Pero, hay otras que, conforme avanza la investigación van surgiendo, no una, sino dos o más verdades, sus ramificaciones son tales que abarcan varios campos y a varios actores; en esos casos se debe proceder con mucho cuidado, hay que detenerse y mirar calma y con lupa el hecho para seguir adelante por el camino correcto. Pero hay también casos en que los actores del drama van creando pistas falsas para que el periodista se pierda en el camino.
Pero, tanto por mi experiencia personal como por los ejemplos que a lo largo de los años se han evidenciado, la prensa cuando actúa con libertad puede, y de hecho lo ha logrado, crear escenarios que permiten ampliar los derechos humanos y restringir los abusos de los poderosos.
Ese ambiente de libertad parecería que es condición sine que non, para transitar en la búsqueda de la verdad. Cuando un gobierno o un partido, o tal vez, un magnate pretende dirigir la labor del periodismo, enseguida demuestra que tiene algún interés escondido, alguna ambición que, según el censo, no debe ser descubierta, y de allí su interés en dirigir los pasos del investigador periodístico.
Y aquí, en este escenario, la balanza se inclina a la prensa libre. No conozco un solo caso en que la prensa bajo un régimen de partido único pueda, intentar siquiera, emprender una investigación en la que dicho gobierno o, mejor dicho, el partido de gobierno y sus figuras puedan estas involucradas en un delito o, al menos, en un desacierto o error.
La prensa y el periodismo no se circunscriben a los diarios impresos, a las revistas impresas, a la radio y sus programas y a la televisión. NO, la prensa es el vehículo que sirve para difundir hechos e ideas. A todos los anteriores, el siglo XX, añadió el cine que, con más calma y recursos también sirvió y sirve para difundir la realidad del mundo en que vivimos, las formas de pensar y sentir la vida.
De mi vida profesional, más de 30 años los dediqué a la imagen. El cine y la televisión fueron mi mundo. Luego, cuando emprendí en otras áreas del periodismo, no abandoné nunca mis preferencias para con ella. Por eso no debe sorprender a nadie que al estar jubilado, y sometido a un encierro por la cuarentena, he dedicado mucho tiempo a mis aficiones: leer, analizar, criticar, reflexionar, clasificar mis artículo y mis fotografías, y, por las noches entregarme al placer de acudir a la sala de mi casa a mirar las noticias y luego cobijarme con una manta para volar al mundo imaginario de Netflix, que, con sus películas, series y documentales me transporta a otros tiempos, a la historia de países y gentes, a otras costumbres, a otra forma de mirar el mundo.
En este recorrido que lleva ya más de algunos meses ininterrumpidos, he asistido a 5 películas dedicadas al periodismo, sus problemas y sus logros, sus trabas y sus excesos. Encontré en su lista la ya vieja película: “Todos los hombres del presidente”, sobre lo acontecido en el edificio Watergate, de propiedad del Vaticano, y cuya trama fuera revelada por dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Berstein, y que obligó a renunciar al presidente Richard Nixon en los Estados Unidos.
Pero no es la única película, en el mismo catálogo se halla el caso del mismo periódico El Post de Washington, cuando investigó la trama corrupta de enterrar un informe suscrito por Robert McNamara llamado “Informe Rockefeller” sobre las consecuencias económicas de las políticas del gobierno de Nixon.
La lista de series, películas y documentales que aparecen en el catálogo de Neflix, me llevó a recordar que desde mucho antes, el arte, la cultura y la prensa libre han tomado su espacio para criticar el poder, sea el político, o el económico, o el religioso y hasta el militar; porque la libertad no es negociable y el ser humano no puede someterse a la voluntad de ciertos hombres o ciertas agrupaciones que buscan imponer un pensamiento unificado, uniforma y sumiso.
Recordé que las que muestra este catálogo no son las únicas películas que cuestionan al poder y a los lo detentan: Charlie Chaplin, en 1940 dirigió una extraordinaria llamada “El gran dictador”, ridiculizando a quienes pretenden meter las manos en todas las funciones de un Estado.
También hay que destacar la inolvidable “El ciudadano Kane” de Orson Welles, en la que un magnate de la prensa es retratado en su ambición de poder.
Siguiendo con la línea política debería mirarse con detenimiento la serie “Newsroom” que cuestiona el propio accionar de la prensa en una campaña electoral y el trato que reciben los periodistas que cubren dichas campañas y los problemas éticos que ellas entrañan.
Y Netflix, no se queda solo en Estados Unidos, la serie “Dinero sucio” es producida en Bosnia y allí se muestra el papel que juega el poder y la prensa corrupta.
Si se trata de investigar escándalos financieros, bastaría mirar en Netflix la serie: “Escándalos millonarios” sobre estafas de números inconcebibles cometidos por delincuentes de cuello blanco.
La misma Iglesia católica no se libra cuando en una película “En primera plana” del Boston Globe se sigue los pasos de una acusación contra los prelados de Chicago que escondieron miles de caso de pederastia de clérigos sin consciencia.
Si se quiere conocer esa paradoja política que envuelve a Inglaterra y a España donde conviven la monarquía con un sistema republicano, basta asistir a los capítulos de la serie “The Crown”.
En México, en 1999, se produjo “La ley de Herodes”, y en Neflix está “La dictadura perfecta” sobre el paso por el poder de ese maldito partido llamado PRI.
De Argentina podemos destacar: “La historia oficial”.
En fin, la lista es interminable, podríamos seguir señalando ejemplos y ejemplos.
En cambio, en el ámbito donde impera un solo partido, una sola estructura de poder, donde se intenta coartar la libertad y someterla a una ingeniería política por parte de un Estado, la prensa es de las primeras en ser criticada y perseguida.
Pruebas al canto: en la antigua Unión Soviética solo podían circular dos periódicos Pravda e Izvestia, ambos financiados por el gobierno y, por lo tanto, su dirección partía de las decisiones del buró de la gerontocracia que regía el país. En los países satélites de la Unión Soviética, como, por ejemplo, Polonia, Checoeslovaquia, Yugoeslavia, Rumanía, Alemania del Este, el panorama era similar con la consiguiente información restringida que estaba a disposición de sus habitantes.
Entre 1974 y 1976 viví en Berlín Occidental, pero como latinoamericano tenía el privilegio de poder transitar las veces que quisiera, por Berlín Oriental; claro, luego de someterme a una minuciosa revisión personal y de mi historial ciudadano. Múltiples fueron las ocasiones que, sobre todo en verano acudía a la Plaza del pueblo, a espectar unos hermosos festivales de la juventud que allí se realizaban. Como era de esperarse, en ese lugar pude establecer amistad con jóvenes alemanas y una cosa que me llamaba la atención era el desconocimiento de toda esa juventud de personajes y de hechos del mundo. Nadie sabía, por ejemplo, quien era Neil Armstrog, o Christiaan Barnard; la mayoría de los jóvenes desconocían que la Academia sueca otorgaba premios anuales a científicos, literatos, o personalidades que habían contribuido a hacer del mundo un lugar mejor conocido y pacífico. Por supuesto, sucesos como la Primavera de Praga eran temas tabúes, entre los pocos que la conocían.
Fue, precisamente, esa experiencia la que me produjo una cierta desconfianza del sistema político imperante. Años después, otras experiencias similares terminaron con mi admiración del sistema de partido único. Era una libertad de prensa contra pedido y con la bendición del gobierno.
En Cuba, por ejemplo, desde inicios de la revolución allá por 1959, el único periódico que circula es Gramma. Los cubanos no tienen otra fuente de información. Cuando la CIA norteamericana financió las transmisiones de la televisión libre desde Miami, el impacto fuerte debió ser controlado con una tecnología capaz de interferir en dichas transmisiones.
Pero, no se crea que esa es una característica de regímenes comunistas o socialistas, no, señor. En Argentina, durante los años de la oscura dictadura de Videla, la información estuvo estrictamente controlada. No pudieron clausurar la circulación de informaciones contrarias al régimen, pero lo intentaron restringiendo la importación de papel, por ejemplo; o invadiendo los lugares de trabajo de los periodistas que no se sometieron fácilmente a las órdenes del dictador.
La historia continúa en la actualidad. Muchos gobiernos que se dicen democráticos muestran las fauces de su tiranía y la prensa es humillada, criticada, perseguida y hasta asesinada. No se trata únicamente de matar, literalmente, a los periodistas, sino de ahorcar la economía de los medios, de someterlos a que cumplan con los designios del dictadorzuelo, de que se difunda únicamente las ideas y criterios del megalómano que gobierna.
Por eso, a pesar de los errores y, hasta los burdos intentos de manipular la verdad que en ocasiones comete la prensa y los periodistas de este sistema, prefiero vivir con la libertad de criticar, de analizar, de no someterme sumisamente, en suma, prefiero ser libre.