Fausto Jaramillo Y.
Desde el primer día en que se anunció que un virus de enorme capacidad de contagio se había hecho presente en una lejana ciudad de China, el miedo se apoderó de la humanidad. Era el anuncio de una pandemia como tantas otras que en el pasado habían diezmado a la población de seres humanos que habitamos este planeta.
El miedo no es otra cosa que la primera manifestación del instinto de sobrevivencia y es ese miedo el que obnubila el pensamiento. Para vencer, o al menos adormecer ese miedo, el ser humano encuentra en el “otro” la culpabilidad de la amenaza. Ese miedo entorpece el raciocinio y deja la puerta abierta a la diatriba, al insulto, a la violencia verbal y física.
El otro es culpable, el otro es inepto, el otro es incapaz, el otro me amenaza a mí y los míos. Entonces, la política se hace presente intentando encauzar ese miedo, y llega la ira, la violencia hacia el otro, al de más allá, al que no piensa como yo, al que no coincide con mi visión del problema, al que busca otras rutas, otras formas de actuar.
Si ese otro ya ha sido, en ocasiones anteriores, mi adversario o mi enemigo, entonces aparece la venganza. Hay que destrozarlo, hay que hacerlo desaparecer para que desaparezca el peligro que me amenaza. Si ese otro, en ocasiones anteriores ha sido mi compañero de ruta, o mi amigo y ahora piensa diferente, entonces hay que culparlo de traidor. En ambos casos, la violencia mental es la constante.
Paradoja del ser humano. Enceguecida su razón, ya no es posible que pueda pensar en estrategias que permitan vencer al enemigo común. No, lo que se logra es dividirnos entre los amenazados. Juntos, quizá podamos enfrentar y hasta vencer a dicho enemigo, pero divididos, enemistados, jamás podremos sobrevivir.
Hoy estamos viendo este panorama, a nivel mundial y a nivel nacional. Los gritos destemplados se oyen por doquier, pero hay ausencia de obediencia, de propuestas, de ideas de solidaridad.
¿Venceremos esta pandemia? Quizás, tal vez, ojalá. Pero esa victoria no pertenecerá al ser humano, puede ser que al divino. El humano otra vez muestra su miseria y se deja arrastrar por la política.